Para revitalizar un antiguo espacio industrial abandonado en la ciudad francesa, el estudio de arquitectura Jakob + Macfarlane planteó una solución “simple”: un cubo de hormigón armado con una fachada doble de metal. Lo interesante fue la incorporación de un “vacío”, dándole características escultóricas al proyecto.
La idea de recuperación de espacios urbanos para zonas en desuso no es nueva dentro del mundo de la arquitectura. Un buen ejemplo de ello son los ganadores del premio Pritzker -el “Nobel” de arquitectura- Anne Lacaton y Jean-Phillipe Vassal, que en 2021 recibieron el prestigioso galardón por, entre otros argumentos, sus proyectos en los que reutilizan y transforman espacios abandonados, aprovechando la propia arquitectura que entrega el entorno.
La ciudad francesa de Lyon, próxima a la frontera con Suiza, se ubica en la unión entre los ríos Ródano y Saona. Por lo mismo, en su momento la ciudad tuvo una importante actividad comercial relacionada con el tráfico fluvial, que impulsó la construcción de varias bodegas cerca de los ríos. Con los años, estos galpones quedaron en desuso, transformándose en un espacio vacío dentro del entorno urbano de Lyon.
El año 2005, se realizó un llamado a concurso para recuperar los galpones ubicados en la costa del río Saona, que finalmente se adjudicó el estudio de arquitectura Jakob + Macfarlane Architects, de París. Su propuesta consistió en aprovechar lo existente y modernizarlo con un elemento geométrico simple, pero con una serie de elementos que actualicen tanto el espacio como al entorno. Así, en 2008 comenzaron las obras de lo que sería conocido como el “Cubo Naranja”.
Un vacío para romper con la monotonía
El proyecto que presentaron los arquitectos consistió en un simple “cubo” ortogonal, el que contó con una particularidad: un orificio gigante tallado en una de sus esquinas, para cumplir con los requerimientos de luz, movimiento de aire y vistas. Este agujero, comentaron desde el estudio, genera un vacío que perfora al edificio de forma horizontal, desde la cara que mira hacia el río hasta la terraza del techo.
Para crear el vacío, los arquitectos realizaron una serie de “perturbaciones volumétricas”, vinculadas a la sustracción de tres volúmenes “cónicos” dispuestos en tres niveles: al ángulo de la fachada, al techo y a nivel de la entrada. “Estas perturbaciones generaron espacios y relaciones entre el edificio, sus usuarios, el espacio y el suministro de luz, dentro de un programa de oficina común”, explicaron desde el estudio.
Así, mientras la primera perturbación se basó en la relación visual con la estructura arqueada del hall de entrada, la segunda resultó una forma elíptica que “rompe con la regularidad de la estructura poste-viga en cuatro niveles, al nivel de la fachada, estableciendo una relación diagonal hacia el ángulo”.
Estructura simple de hormigón armado para el desafío
El “Cubo Naranja” se ubicó cerca de una edificación ya existente, Les Salins, que cuenta con tres arcos en su estructura. En el caso del cubo, los arquitectos destacaron su autonomía frente a las otras construcciones en el lugar.
Con cinco pisos, el cubo se diseñó en un marco regular de 29×33 metros, con una estructura de pilares de hormigón armado para dar forma a un edificio de cinco pisos. La fachada exterior, por su parte, se formó con una piel metálica con aperturas aleatorias, la que se completó con una segunda fachada con patrones pixelados que acompañan al movimiento del río. “El color naranja se refiere al color principal, un tono industrial a menudo utilizado para estas zonas”, puntualizaron los arquitectos.
Con una superficie total de 6.300 metros cuadrados, el “Cubo Naranja” se terminó de construir el año 2011. Los distintos espacios que ofrece, desde salones de venta en el primer piso hasta espacios comunes en el techo, donde además se pueden obtener panorámicas inigualables de Lyon, dan un ejemplo en lo que respecta a reutilización de antiguos espacios industriales abandonados para hacerlos parte del paisaje urbano.