El reconocimiento generalizado respecto a que estamos viviendo una época de cambios climáticos notorios, en los cuales la huella del ser humano es innegable, nos lleva a mirar con otros ojos todas las actividades que emprendemos.
Sabemos que el impacto de nuestras obras va más allá del momento de su materialización y, si no son bien planificadas y diseñadas, se instalan como un pasivo a cargo de las generaciones futuras. Cuando el análisis de ciclo de vida se asociaba casi exclusivamente a los costos de un proyecto, podíamos fácilmente justificar decisiones de corto plazo con la idea que la escasez de recursos presente avalaba el dejar los costos de mantención y de operación como cargo del futuro, un futuro en el cual se suponía que los recursos estarían más fácilmente disponibles.
El gran peso relativo de los presupuestos actuales de mantenimiento demuestra lo equivocada de esta suposición. La misma lógica, aplicada a los impactos que la actividad humana tiene en el medio ambiente, ha demostrado ser mucho más perniciosa. Deshacer el impacto que, por ejemplo, los gases con efecto invernadero tienen en el clima no es cuestión de unos pesos más o menos en el presupuesto del futuro. Con efectos acumulativos y sin formas prácticas de revertir sus efectos, privilegiar obras operacionalmente ineficientes es, básicamente, disfrutar hoy para que otros sufran las consecuencias más adelante.
Pero, ¿nos hemos preguntado si la infraestructura que estamos construyendo es un aporte para lograr un mundo más sustentable? En una carretera, por ejemplo, más del 80% de las emisiones y del consumo de energía está asociado a la operación a lo largo de sus años de uso. Sabiendo eso, cómo es posible que aun hoy, muchos proyectos de este tipo se optimicen para minimizar su costo inicial sin pensar, por ejemplo, en los costos de mantención o en el impacto que el trazado u otras variables relevantes pueden tener en las emisiones.
Por otro lado, ¿cuál es el costo de los atochamientos y esperas por falta de capacidad de las vías, por mantenciones mal planificadas o excesivas debido a economías de diseño o el daño que generan obras que toman años en materializarse, cuando una adecuada planificación permitiría su ejecución en tiempos mucho menores? Ejemplos no solo existen en pavimentos, también los tenemos en la edificación.
Extender las ciudades en forma indiscriminada es una situación insostenible, a la pérdida de terrenos agrícolas y áreas verdes se suma los importantes aumentos en los tiempos de transporte con su impacto en calidad de vida, consumo de combustibles y aumento de las emisiones.
La densificación permite, por un lado, ciudades más compactas y eficientes y, por otro lado, también favorece la construcción en altura que es desde el punto de vista energético mucho más eficiente que la construcción aislada. Ciertamente que la sustentabilidad no solo abarca aspectos ambientales, incluye también aspectos sociales y económicos.
Pero todos ellos, sin excepción, debieran ser analizados y evaluados de acuerdo a sus costos y beneficios actuales y futuros. Si queremos hablar de construcción realmente sustentable, no basta con acciones bien intencionadas que terminen siendo solo actos testimoniales. Es necesario ir a la raíz de los problemas y enfrentarlos incorporando en los criterios de evaluación los efectos completos, positivos y negativos, que las obras generan en todo su ciclo de vida.